diumenge, 30 d’octubre del 2011

Reflexiones en un día gris

No hay nada peor que una hoja en blanco. Siempre he sido una fiel amante de los libros de todo tipo: novela, cuento, ensayo, cómic, teatro, poesía... Y los he leído de casi cualquier género: terror, policíaco, fantasía, humor, ciencia-ficción, históricos, autoayuda, filosóficos, prácticos... incluso la infumable novela romántica ha caído alguna vez en mis incautas manos (todos cometemos errores...). Si no tuviera nada más a mano, me leería hasta los prospectos de los medicamentos o las instrucciones traducidas del chino de cualquier aparatejo que haya por casa. Así que no puedo negar que la lectura ha sido siempre una de mis grandes pasiones, por no decir la más importante de todas, junto con (o, quizá, asociada a) las ganas de aprender cosas nuevas.

Visto lo visto, un reto que siempre me he planteado es el de dar el salto de simple espectadora de las obras surgidas de la imaginación de los demás, a hacer mis propios intentos literarios. Pasar de receptor a emisor. Transmitir (o intentarlo, al menos) alguna cosa que conecte con alguien, igual que tantas veces me he sentido conectada con las palabras o inmersa en la historia de otros. A veces escribo algún microrrelato, también anécdotas graciosas (al menos pretenden serlo) en un blog, y articulillos para la web del Jueves. Pero nunca he pasado de ahí, y la verdad es que ni siquiera lo considero auténtica “escritura”... Una buena recopilación de relatos, algún esbozo de novela... no he hecho nada de eso, todavía (y, posiblemente, nunca lo haga).

No dejo de pensar que lo único necesario para escribir es eso: ponerse a escribir. Practicar, aplicarse una disciplina y crear algo, lo que sea. Juguetear con las técnicas narrativas, las herramientas y los recursos literarios. Ir probando, tantear el terreno, reestructurar, cambiar, eliminar, añadir, retocar, pulir, afinar, decorar, vestir, limar, maquillar, moldear... Pero, por mucho que le dé vueltas, no encuentro la manera de ponerme manos a la obra. Me faltan las ideas, me falta la forma, me falta el estilo. Me falta el qué, quién, cómo, dónde, cuándo y porqué. Doy vueltas en círculo sobre una obsesión y no hay manera de salir de ahí. A veces me siento como un animal salvaje encerrado en una jaula minúscula, entre barrotes, sin forma de escapar.

Yo misma me autolimito para no hacerlo: supongo que el miedo al fracaso o la falta de confianza en mi capacidad, junto con un exceso de perfeccionismo, son los lastres más grandes que me impiden avanzar, o, por lo menos, empezar. La verdad es que no sé qué hacer: si aceptar de una vez mi papel de lectora pasiva y abandonar, o insistir en el intento. Pero el hecho es que el tiempo pasa y no escribo nada... y eso me pesa, pero tampoco me veo capaz de hacer nada para cambiarlo. Estoy bloqueada, completamente bloqueada. ¿Seré siempre una parásita de las letras de otros? ¿Tendré que conformarme con absorber lo que los demás transmiten? ¿Un escritor nace o se hace? Está claro que yo no he nacido con un don mágico que me permita plasmar en palabras un montón de ideas geniales... ¿Será cuestión de práctica, constancia y perseverancia? Ojalá tuviera la respuesta a todos estos interrogantes, pero no la tengo. La triste realidad es que no tengo ni puñetera idea de qué hacer, y eso me angustia. Angustia existencial, vital, de echar de menos algo que nunca ha existido, y que probablemente nunca existirá si no consigo derrotar a mi peor enemiga: yo misma. Ni más ni menos.